viernes, 14 de enero de 2011

¡Inseguridad!

La muchacha adolescente le decía a su hermanito, que se quedara allí, que ella regresaría pronto.

Por algunas partes se escuchaba el estornudo de la mañana, haciendo coro con la alabanza de los pájaros a Dios y el cantar del gallo, recordando siempre las tres negaciones de Pedro y su llanto amargo de arrepentimiento.

Ya la madre había salido a trabajar en el restauran “Lunch Chan” y como todas las mañanas llevaba al niño al fondo de la casa para lavarles los ojos con gotas de rocío que se encontraban en las hojas de las matas de cambur, porque amanecía, el niño, con lagañas en los parpados y no los podía abrir.

Ahora se encontraba sólo en una mañana oriental, sentado en el quicio de la puerta, desde allí, observaba la acera contigua, el poste de electricidad, a muy pocos metros 1.5 máximo, a su mano derecha, con su protección de cemento en el píe del poste. Luego la calle de asfalto negra y ancha. Le seguía la otra acera del frente con una pared de bloques, húmeda, e impedía observar más construcciones, pero sí a lo largo de la calle, de un lado y al otro lado, casas de un solo nivel se explayaban con los equidistantes postes de electricidad y sus tendidos de cables a todo lo largo del horizonte izquierdo y derecho del niño de menos de cuatro años de edad. Es una ciudad crecida en cuadriculas y en un terreno ancho y plano.

Los estornudos y los “achis” se escuchaban con más fuerzas y escandalosos sin importarle la privacidad de los sueños de los demás. El día comenzaba a destemplarse y uno que otro vecino pasaban por la calle, sin prestarle atención al niño y se perdían unos de izquierda a derecha y otros de derecha a izquierda.

Ese día el sol estaba más claro pero con la misma temperatura de siempre. El calor tenue y fresco del comienzo del día; el calor brillante y menos abrazador a mitad de mañana y el calor ardiente y fuerte del mediodía. Acompañaba, el día, un cielo azul claro sin pisca de nubes, observada, por la franja del horizonte de aquellos ojos aguarapaos del niño desnudo en la puerta de su casa. La puerta de un personaje, aquí, fuera de relato. Los personajes, seguían cruzando, sin ni siquiera pasar sus ojos por el pequeño observador, como sí siempre lo hubiesen visto, pero con una mirada gacha, como mirando el camino, por el centro de la calle y sus destinos. Unos que otros se acercaban a una acera y otros a la otra. A veces los transeúntes se cruzaban de aceras, pero sin pero, ni definirse a surcarla. Era un escondido temor que llevaban en su interior. El niño de repente, se levantó y entró a su casa, buscó un pantalón, encontró uno corto y se lo colocó. Nuevamente se sentó en el muro de entrada de su casa, a todo lo ancho de la entrada de la puerta. Era quizás para evitar la entrada de agua de lluvia que correría en épocas de aguaceros torrentosos. Se levantó nuevamente, miró a la derecha y se encaminó hacia la izquierda. Ya el calor era brillante y menos abrazador cuando el niño pasaba por el frente de las casas y por encima totalmente de la acera. El color de las casas era de un azul oscuro, otras de blanco y otras sin ni siquiera pintar. Llegó a la esquina, miró a un lado, miro al otro y cruzo la calle de frente. No miró para atrás. Mientras cruzaba la cuadra recordó el castigo “Te quedas aquí, hasta que venga tu mamá, le dijeron en la guardería, porque cuando jugaban en la ruleta, una niña se calló y lo acusaron a él y él sabía que el mismo había sido, pero se mantenía callado”. Las casas presentaron los mismos colores y llegó a la siguiente cuadra. Hizo lo mismo y cruzó de frente. “Los cachitos que hace mi hermano son bien bonitos, los toma del suelo que caen de los árboles, le quita una especie de cáscara y los lija. Luego lo quema, lo vuelve a lijar quitándole la porosidad de lo quemado. Le echa betún negro y lo pule con una lanilla en la parte de debajo y en la parte de arriba, le echa, pintura labial rojo y lo pule hasta sacarle brillo a ambos colores. Hace un pequeño orificio y mete un diamante, como si fuera el ojo de un pez y por otro orificio, más arriba, un cordel para colgárselo en el cuello”. No hubo variaciones de colores y sin titubeos cruzo de frente.”Era un camión de cargar ganado en pie. Se montó en el centro de las ruedas morochas de atrás, puso la final de su frente en la parte de abajo del tubo inferior de hierro, de diámetro de dos pulgadas y con un palito hurgaba la parte trasera del animal cuando este lanzó una patada de molestia dándosela al tubo en donde estaba la frente del niño. Cuando se despertó solo se acordaba del cure taje con gasa, y adhesivo medico en la parte superior de su frente comenzando, la herida, en el cuero cabelludo”. Repitió la llegada y cruzo de frente. “Días a tras, les indicaba a la tía política, a su mamá y a otras mujeres el camino. Después de ellas saberse desorientadas. Al llegar a la casa desolada y rodeada de monte le dio la misma sensación de abandono y miseria que la primera vez, cuando había ido con la tía. La mujer las recibió y las dirigió a un cuarto semi oscuro y sentada en su poltrona, se transporto a otro mundo “. Al llegar a la sexta cuadra, se sintió sacado de un tono gris oscuro a un tono claro brillante y hermoso.

El hombre en su vehículo “Jeep”, de color verde, siempre cruzaba por la calle Infante y ponía su atención, desde lejos, a la casa donde miraría al niño._ Ayer al pasar, nuevamente contuve las ganas de bajarme y tener esa conversación con mi niño _ Hablaba en voz alta mientras conducía. _ Hola papi _ Le diría, y el hombre miraría aquellos ojos aguarapaos, parecidos a los suyos, que con lagrimas y callado el niño abrazaba el cuello del hombre cuando este se agachaba para colocarse al nivel del varoncito, así, espontáneamente lo hizo el niño, la única vez que se atrevió, el hombre, detenerse. Sintió preocupación, pues no miraba el bulto y disminuyo la marcha de tal manera de detener el vehículo a pocos metros del poste. No estaba, lo llamó por su nombre, nadie le contestó. Miró hacia un lado y al otro, no lo halló. Pensó en el fondo. Cruzo la puerta y no lo encontró, miró en el cuarto y tampoco lo descubrió. La casa estaba vacía. Se montó en su vehículo._ Hoy que estaba decidido, a cambiar mi destino, no lo encuentro _ Habló para sí mismo, encendió el vehículo, y se marchó. Se escuchó en la radio _ Tumbaron a Perez Jimenez _ Y se cortó la comunicación. Trató de sintonizar lo y no pudo.

El niño, miró hacia un lado y hacia el otro, pues era una avenida, ancha de dos canales cada calle, separadas por el centro con una isla a todo lo largo de la vía con árboles ornamentales, de esos, que no dan frutos comestibles. Prestó atención al primer cruce, unas personas lo vieron con extrañeza, pero agudizaron su auxilio. La cruzó sin dificultad. Estaba en La Isla, sonrió. Frunció el seño, la frente y miró buscando el peligro, no lo halló y cruzó. Las miradas lo seguían y corrían detrás y delante de él, bendiciones. _ Dios lo lleve con bien _. Seguía descalzo por el pavimento de cemento y al llegar a la esquina pudo observar el letrero como a mitad de cuadra, que estaba perpendicular y colgando en la calle, “Lunch Chan”. Nuevamente sonrió y aceleró su paso. Al llegar se colocó en la entrada y de la barra salió Octavio, el dueño del Bar-Restaurante, al percatarse de la presencia del niño. Lo reconoció, lo invitó a entrar y lo dirigió directamente a la cocina. _ ¡Mira quien está aquí!_ dijo a la cocinera que se encontraba de espalda a ellos. Ella al voltear corrió y lo abrazo, cargándolo en sus brazos. _ Hijo, ¿qué haces aquí? _ Con una sonrisa franca y sincera. El niño no le contestó. _ Visitándote mujer, visitándonos _ Con un tono italiano contestaba Octavio. Lo sentaron en una mesa cerca de otros comensales y le sirvieron espagueti a la boloñesa con queso parmesano del original. Se acercaba el calor ardiente y fuerte .Al terminar de comer, lo colocaron en el jardín, un lugar destechado y que era parte de la pista de baile totalmente techada. Allí el niño jugó con los frutos de las palmeras, los coquitos. Cerca de la una, de la tarde, la madre lo llamó y él salió de la sombra que daba el techo, de la pista de baile, al jardín, el cual se encontraba en el centro de la casa Bar-Restauran. La madre sacaba la franela al niño, cuando Octavio _ ¿Qué haces mujer? Déjesela, yo se la regalo_ Y le sonrió al niño. Salieron del trabajo de la mujer y se dirigieron a casa. No hablaron por el camino. Al llegar a la morada, descansaron, y como a las tres Llegó la hermana del trabajo._ Tu hermanito, hoy fue a visitarme al trabajo _ Dijo la madre, a la muchacha adolescente, con una semi sonrisa de sorpresa. _ ¿Con mi otro hermano?_ Más sorprendida, la muchacha, que la madre. _ No _ Contestó la madre y agregó _ Tu otro hermano, aún no ha llegado_ Y todos callaron.

Freddy Peñalver
Venezuela- Isla de Margarita.

03/01/2011_ lll/l/MMXl

1 comentario:

  1. -No. Contestó la madre, y agregó
    -Tu otro hermano aún no ha llegado.
    Y todos callaron.

    Nos deja en compañía del silencio y de una pregunta inmensa, que ya no tendrá respuesta. perfecto.

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