domingo, 1 de agosto de 2010

Querido Rolando...

A mi amigo Rolando Pacheco
"a quien tanto quería"...
Querido Rolando...

El destino es a veces un viejecillo cansado y envidioso, que nos mira pasar por las calles de la vida y no perdona, por ejemplo, aquella tarde tan lejana, en que besamos -teníamos 11 años- a la niña mas hermosa del barrio.


Le incomoda que el sabor de aquel beso nos ilumine desde entonces y que la luz de aquellos ojos nos aclare las verdades de este mundo, mejor que todos los libros del cielo y de la tierra.

No perdonará jamás que en una época fuimos los mensajeros del futuro, los hermanos de la libertad y los boxeadores invencibles del amor.

No entenderá que tuvimos el sol y la luna sembrados en el pecho, que amamos a todos sin pedir permiso, que vencimos en la guerra de los infortunios, que entramos y salimos de palacios y calabozos como Pedro por su casa, que surcamos la calle mas oscura y el dolor mas grande con una estrella en la frente, ariscos, libertarios, inconformes e impacientes, exigiendo y soñando lo imposible, disparando besos y canciones, dando y recibiendo coñazos sin dejar de ser buen mozos y valientes.

Nunca aceptará que tuvimos un sueño que quería cambiar al mundo, que tuvimos un amor envidiado por los dioses, que entonamos una canción de la cual se enamoraron las estrellas, que vivimos una aventura no apta para necios ni cobardes, que tuvimos amigos para compartir el pan, el peligro, el vino y las canciones y que una vez tuvimos un esplendoroso corazón siempre envuelto en llamas.

No perdonará que un día, supimos el secreto de los para siempre y la infame maldición de los adioses y ante el cuerpo desnudo de la amada, abrimos las puertas del paraíso, nos robamos todas las manzanas para repartirlas en las plazas a los enamorados, dimos y recibimos todos los besos que existían, arrojamos por la ventana a la serpiente y también conocimos lo infinito.

Nunca podrá tolerar que fuimos equilibristas del miedo y de la soledad, que el temor jamás nubló nuestra mirada, que andábamos con todo el amor del mundo metido en un bolsillo del blue jean, que nunca nos dio miedo mentarle la madre a los policías, ni ofrecernos de voluntarios para el viaje al fin del mundo.

Aunque ahora tengamos partido el corazón, aunque ahora tengamos cansada la sonrisa, aunque ahora tengamos lágrimas en las canciones.

Nunca nos perdonará ese viejo necio que defendamos tanto el momento de felicidad y de grandeza que una vez tuvimos en la tierra.

Jamás aceptará que hayamos descubierto que los adioses no existen, que las mentiras no hacen falta, que es inútil tener miedo, que los grandes amores son eternos y que los amigos como tú, nunca mueren.

Alfonso M.
29-03-2005

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