sábado, 10 de abril de 2010

BONITA.

El día había transcurrido como otro cualquiera en donde los pájaros cantaron todo el tiempo y la brisa recorría las instalaciones del campo. Las hortalizas se veían en un lado creciendo con el verdor característico y dispuesto geométricamente, casi exactas, sembradas por la mano del indio. Desde que nació Shangri –la, en el año 1984, con sus cuatros casas El Indio se había encargado de la agricultura y prácticamente ya había perdido la vista pero sus manos reconocían las flores, las hojas y los frutos de tanto tiempo de estar juntos. Ya le faltaba poco para terminar las labores del día, lo sentía por el tenue resplandor de la luz de la tarde, el sol, se acercaba a la línea que marcaba las montañas del Bachiller en su máxima cumbre en la zona del Pao en el estado Miranda, si mal no recuerdo.
Una vez le comentó a la dueña de una de las casas sus encuentros con los hombres de la montaña y como le preparó unos medicamentos a uno de ellos que se encontraba enfermo, tenía una tos seca casi imparable y que en un lado llevaba la libertad sostenida con la mano y en la otra un paño para cubrir la tos del enemigo. La señora le preguntó por la edad del Indio por ese entonces y el contesto que no recordaba pero que ya habían pasado más de veinte años y que era ya grande pero recordaba que los hombres armados eran bastantes jóvenes y el enfermo “era fuerte, de piel clara, muy alto” . Le seguía comentando a la señora, que se veía interesada por los comentarios, que los jóvenes se veían escurridizos pero que este joven se le presentaba con una seguridad de roca y que lo trataba con un sentido de igualdad que solo era comparado con la forma como, hasta ahora, a sentido de parte de la Señora. El joven enfermo me preguntó qué entendía por la libertad a lo que yo le contesté el poder negarme. Él plasmó una gran sonrisa y luego tosió. Nos despedimos pero tenía la gran necesidad de saber del nombre de aquel joven enfermo que me había tratado tan igualitariamente. Regresé, los llamé y el joven hermoso se detuvo y los otros continuaron sin alejarse mucho. Cuando le pregunté por su nombre, acercó su boca a mi oído y susurro “FEDOR”, nadie lo escuchó solo yo y quedó grabado en mi corazón.

De vez en cuando El Indio levantaba la mirada instintivamente para tratar de mirar a lo lejos pero no visualizaba nada porque su mirada se avía disminuida a la distancia de un sorbo de agua con la concavidad de sus manos. Pero se detuvo y comentó con una voz grata, refrescante y lanzada a la distancia
_ Buenas tarde Señora_ Y a la misma distancia de un tiro de piedra, se escuchó
_ ¡Bueno tú y que no miras nada! Cómo sabes qué soy yo_ El Indio levantando un poco más la voz dijo
_ Porque usted huela a mujer bonita_
_ ¡Ay, Gracias!_

Freddy Peñalver Venezuela Margarita 03/04/2010

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